La neblina del tiempo ha caído ya sobre
los recuerdos de aquellos días en que, frescos y olorosos, llegaban, cada
madrugada, al Mercado Principal de San
Jacinto los frutos de la tierra. Los insolentes y fríos empaques de los
supermercados nos han alejado de esa relación íntima y ancestral con el
productor vendedor, volver al mercadito, al mercado libre o directamente al
sembradío, otorga una posibilidad invalorable de redescubrir nuestra
vinculación con la tierra.
El Jarillo y La Colonia Tovar, nombres
que nos hablan de climas frescos, alejados del ruido de Caracas, estando
situados en el, cada vez más estrecho, cinturón
verde la de ciudad capital, se han mantenido por años sin término como
productores importantes de insumos que llegan a nuestras mesas de cada día.
Decenas de pequeños productores, la
mayoría de ellos descendientes de otros hombres y mujeres que dedicaron su vida
a la agricultura, labran la tierra donde cosecharán hortalizas y frutas que
consumimos sin imaginarnos la historia que tras esa fresca lechuga, por
ejemplo, existe.
Parte de mi
texto publicado en la Revista Bienmesabe del mes de junio de 2013
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