“… a las dos estábamos en la escuela hasta las
cuatro y nos daban para comprar un dulcito, una meriendita, fuera torta
burrera, melcocha, cualquier cosa de esas” recuerda el autor de los célebres
libros de cocina “a la manera de Caracas” en las Conversaciones con Armando Scanonne de
Jacqueline Goldberg y Vanessa Rolfini.
Originalmente una “moderada” ración de
comida ingerida a media tarde, principalmente constituida de dulces y bebidas,
representaba la oportunidad, de reunir pequeños grupos de familiares y amigos
para compartir y matar el tiempo, en una ciudad sin radio, televisión y con
poca afición a la lectura de pasquines y gacetas, era, además, el momento para ponerse al día, comentar los
escándalos de rigor, hablar de la crisis, porque parece que nuestro país
siempre tiene una crisis de algo, y lucirse con
las recetas de las maravillas dulces que se habían servido en el
suculento yantar. Acompañados de una
tisana, una taza de chocolate caliente o una copita de oporto, los convidados
se entregaban libremente al doble placer de comer y murmurar de sus vecinos.
Muchas
veces, estos platillos eran comprados, pero invariablemente uno o dos se
elaboraban en los fogones de la casa y la receta se guardaba celosamente, era
un “secreto de familia”, que pasaba de generación en generación, preparaciones
llenas de trucos que solo las cocineras más experimentadas conocían, y plagadas
de expresiones como: cucharadas copetonas, una locha de papelón o cuando tenga
punto, que dificultaban, por no decir que hacían imposible la reproducción de
estas preparaciones.
La hora de la merienda era el paraíso
para los niños, que encerrados todo el día en casa o la escuela, veían llegar
de mano de los dulceros que portaban, cual ofrendas de azúcar, azafates
repletos de “jaleitas”, coquitos, suspiros, alfondoques, besitos de coco,
turrones, catalinas o trozos de tortas.
Era justo el comienzo de la tarde, el
momento para esperar los pregones que anunciaban, en rutas y horarios
regulares, la llegada de la merienda, en las horas de recreo la muchachada se
arremolinaba en torno a los portadores de bandejas cubiertas por impecables
paños blancos o grandes cajas cubiertas por tapa de vidrio.
Así pues las granjerías salieron a la
calle, y las tortas y postres de tronío quedaban tras los patios de los que
dedicaban parte o la totalidad de su tiempo a recibir encargos, poniendo a
disposición de los que podían pagarlo sus habilidades culinarias.
Parte de mi texto publicado en la Revista Bienmesabe del mes de mayo de 2013
Parte de mi texto publicado en la Revista Bienmesabe del mes de mayo de 2013
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