martes, 6 de mayo de 2014

La dulcería venezolana del siglo XXI

Negro en camisa
“Muchos de los sabores y texturas de la dulcería criolla son aprendidos, y no están en la memoria de las nuevas generaciones de cocineros” señala Sabrina Cadetto, chef instructora de dulcería criolla del Instituto Culinario de Caracas, yo agregaría tampoco en el de los consumidores.
Pocas son las ofertas para conocer y probar los platillos del inventario dulce venezolano, contamos con los dedos de la mano los locales y comederos que incluyen en su carta delicias como el Juan sabroso o la Torta Real, para conseguir las granjerías criollas debemos desplazarnos hasta pequeños locales o correr con la suerte de contar en la familia con alguna tía o abuela que aun recuerde y elabore estas preparaciones.
Libros como los  de Armado Scannone  “a la manera de Caracas”, o “El arte de la mesa”, recopilación hecha por Mimí de Herrera Uslar de las recetas de las familias “mantuanas” caraqueñas y publicado por la Fundación Polar, o el delicioso “Dulcería Criolla” fruto de la investigación de Cecilia Fuentes y Daría Hernández, publicado por la Fundación Bigott, han contribuido a sistematizar y sobre todo a mantener en la memoria esas recetas. Muchas de las cuales ni siquiera estaban escritas o estaban transcritas con indicaciones  que  requirieron de actualización de ingredientes, medidas, etc.
Otro obstáculo que enfrenta la dulcería criolla radica en que además de pocas ofertas, la demanda es pequeña, pocos son los comensales que consideran pertinente y elegante pedir como postre en un restaurante un Chivato, esa maravilla que mezcla la auyama y el coco, o una Torta de piña volteada, si es que estuviera en la carta, las sugerentes tortas Selva Negra o los brillantes profiteroles, seducen al comensal, y nuestros manjares queda fuera de pelea.
Pero no desesperemos, siempre queda por allí un cocinero acucioso, una tía abuela que apuntó en su cuadernito de recetas los secretos culinarios de la familia o el gastrónomo goloso que recuerda y revive los sabores de la infancia, para que las futuras generaciones, como aquella muchachada de la Caracas de los techos rojos, se emocionen porque llegó el dulcero.
Parte de mi texto publicado en la Revista Bienmesabe del mes de mayo de 2013

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