jueves, 24 de abril de 2014

Manos de mujer

Patio Colonial del Club Torres, Carora, estado Lara
“El oficio de la dulcería en nuestro país siempre ha sido asunto de las hijas de Eva. El consumo y elaboración de golosinas era, en un principio, costumbre de las familias de origen europeo cuyas mujeres recreaban en sus mesas las tradiciones culinarias provenientes de la Península Ibérica” puntualiza Ivanova Decán Gambús en su trabajo de incorporación a la Academia Venezolana de Gastronomía.
Desde los primeros tiempos de la colonia, viudas y solteras, sin muchos medios para subsistir, “pobres pero honradas” y que contaban con la suerte de manejar destrezas culinarias garantizaban la manutención con esa producción
Célebres en este sentido son las hermanas Bejarano: Magdalena, Eduvigis y Belén, quienes a fuerza de hornear la torta que lleva su nombre a base plátanos maduros, pan de horno, papelón y especies, lograron, gracias a la Cédula Real de Gracias al Sacar, de 1795, ser consideradas blancas y asistir a los oficios religiosos usando manto y acompañadas de una esclava, que llevaba la alfombra para sentarse y arrodillarse en los duros pisos de piedra de los templos caraqueños.
El aprendizaje y supervivencia del recetario de dulces tuvo, sin lugar a dudas, como protagonistas a las órdenes religiosas, las tradiciones conventuales hispanas se asientan y mestizan con los sabores e ingredientes nativos en los claustros de los conventos. El celestial mazapán de las monjas toledanas encontró, por ejemplo, su par venezolano en el Mazapán de coco de las Monjas de Las Mercedes.
Cuando en mayo de 1874, por decreto presidencial Antonio Guzmán Blanco suprime las órdenes religiosas femeninas, las monjas abandonan los conventos y muchas de ellas, como cuenta Graciela Schael, continúan vistiendo los hábitos y viviendo en clausura en los “cuartos de atrás” de las casas caraqueñas, de allí sin duda, una que otra vez se acercarían a los fogones para revisar preparaciones y darles su toque, esta presencia será valiosísima para la popularización de recetas  dulces antes limitada a los conventos.
Partiendo de la consideración de la elaboración de dulces como una labor sobre todo femenina, podemos entender que sean cada vez menos las que se dedican a tiempo completo a su preparación, pues el siglo XX en nuestro país representó la incorporación masiva de la mujer a tareas que se podían realizar fuera de casa. Sin lugar a dudas una joven que tenía que trabajar por necesidad, se preguntaría si era preferible trabajar como telefonista o pasar horas frente a un fogón.
Mujeres como mi abuela Berta, que dedicó su vida a los fogones y que decía, con orgullo, “con melcochas y tortas levanté a mis muchachos”, son francamente una especie en extinción.
Parte de mi texto publicado en la Revista Bienmesabe del mes de mayo de 2013

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